Descripción
»Ahora pues, Jehová, tú eres nuestro padre; nosotros barro, y tú el que nos formas; así que obra de tus manos somos todos nosotros». – Isaías 64:8 (RVR 1960)
Después que los médicos extirparon el tumor en mi ovario y desperté de la cirugía, me dijeron que tenía cáncer de ovario. Débil y frágil, todo en lo que había estado ocupada en la vida se había detenido abruptamente y ahora parecía como si estuviera en una batalla por la supervivencia. Me dijeron que durante los próximos meses, tendría un tratamiento de quimioterapia. Desesperada, recuerdo decirle a mi esposo, »Mike, ¡No puedo hacer esto!»
Mirándome con ojos amables y cariñosos, me dio un gran abrazo y respondió con un suspiro de alivio, «Me alegro mucho que te des cuenta que no puedes hacerlo. Ahora, como ya te diste cuenta que no puedes, verás que Dios sí puede». Continuó compartiendo: «Cuando nosotros, como individuos, no podemos cambiar una situación, circunstancia o condición física, ¿qué debemos hacer?»
Sin palabras, esperé su respuesta. Simplemente dijo: «Deja que Dios te cambie».
De camino al hospital, para mi primer tratamiento, le pregunté a Mike una vez más: »¿Por qué crees que Dios me quiere calva?»
Tomando mi mano y con toda confianza, respondió: «Eso es fácil, mi amor. Puedes compartir de Jesucristo a otras mujeres calvas».
No puedo empezar a explicar la paz que inundó mi alma con esas palabras: compartir a Jesucristo. La idea que Dios pudiera usarme en un estado tan debilitado y enfermizo, me animó.
Mientras tomaba la quimioterapia, leía la palabra de Dios y ¡oh!, cómo calmaron sus preciosas promesas mis ansiedades y me fortaleció. En todos mis dolores, debilidades y miedos, aprendí a través de esta prueba, de una manera mucho más profunda, que puedo descansar, confiando en que mi Padre celestial sabe y que Él es el alfarero y nosotros el barro.
Más tarde, escribí la letra y la música de la canción de «En las manos del alfarero».