Descripción
Había conocido a una mujer judía, Victoria, en la Ciudad de México, y durante los meses siguientes nos hicimos muy amigas. Disfrutamos la compañía la una con la otra, y a menudo, íbamos a la cafetería local y hablábamos sobre el Tanakh y los santos del Antiguo Testamento. Un día, mientras tomaba un café, me miró y me dijo: »Mary, parece que siempre tienes una alegría, paz y amor que están presentes en tu vida. Siempre que estoy contigo estás sonriendo, expresando felicidad y esperanza».
Me acerqué, la tomé de la mano y le dije: »Oh, Victoria, debo hablarte de Cristo Jesús. Él es la razón del amor, la alegría y la paz que ves en mi vida. Me ha traído felicidad y esperanza».
Continué compartiendo con Victoria que Jesucristo es el Mesías y el Salvador del mundo. Escuchó atentamente el evangelio y preguntó si podía venir a la iglesia conmigo, el domingo. Emocionada, dije: »¡Por supuesto que puedes venir conmigo!».
Ese domingo, en la iglesia, disfruté presentándola a la familia de la iglesia. Luego, comenzó el servicio de la iglesia y con los ojos fijos en el pastor, Victoria escuchó atentamente el evangelio una vez más.
Durante la invitación, Victoria levantó la mano para tomar una decisión sobre su salvación. Luego, ella y yo fuimos a un cuarto tranquilo donde abrimos la Palabra de Dios y leímos juntas el evangelio en las escrituras. Victoria, inclinando la cabeza, le pidió al Señor Jesucristo que la perdonara y la salvara. Cuando terminó de orar, me miró con una sonrisa y dijo: «Ahora sé que Jesucristo es el Mesías».
Esa noche, pensé en lo precioso que era estar con Victoria cuando ella le pidió al Señor que la perdonara y la salvara. Luego, tomé una pluma y comencé a escribir y a cantar la canción de «Debo hablarte de Cristo Jesús».